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Bueno amigos:

No sé muy bien como empezar a escribir todo esto, tengo demasiados inicios, así que me apropiaré de algo de mi amigo y compañero de fatigas Juaney, y que fatigas, desde luego, que sacrificio y que sufrimiento, que mal lo pasamos. Escuchad sino lo que dice:
“Lo de Holanda fue realmente fantástico...”
Sí amigos, sí, efectivamente, lo de Holanda fue realmente fantástico, fue una pasada, fue increíble, fue espectacular, fue un sueño hecho realidad, fue alucinante, fue extraordinario, fue supremo, fue inigualable, fue aun mejor, fue casi como el paraíso.
Iremos cronológicamente. Todo empezó el miércoles 25 de abril de 2001, día en que Juaney y yo nos reunimos en Madrid. Acompañándonos, y como buen anfitrión que es, estuvo Toni, quien nos llevo a comer un impresionante cocido, antecedido de una sabrosa sopa de fideos en casa David. La comida estaba realmente buena, como buenas fueron las primeras partidas que nos pudimos echar en ese mismo sitio justo antes del banquete. Una pedazo ‘The Addams Family’ debía decidir quien pagaba la comida, pero al final llegamos a un acuerdo y solo jugamos por diversión. La persona responsable de su cuidado era Antonio Inacio, y hay que decir en su contra que la máquina presentaba un defecto, al menos a mi gusto, tenía poca inclinación. Así pues el viaje comenzó con unas interesantes partidas y una buena comida.
La tarde la pasamos trotando por Madrid, en busca de repuestos varios y de máquinas. Y conseguimos jugar a unas cuantas, destacando por encima de todas ellas una ‘Rescue 911’ de Gottlieb que estaba en los recreativos OpenPark.
El jueves el día comenzó pronto, tuvimos un vuelo tempranero que nos llevó hasta Ámsterdam. Allí dejamos las cosas en el Ritz, que es el modesto lugar donde nos hospedamos, y empezamos a patear la ciudad. Ámsterdam es un ciudad preciosa, llena de canales por todas partes, que lo único que hacen es desorientar al visitante. Una de las cosas que más llama la atención es la cantidad de bicicletas que tienen, y es que en Holanda el coche se usa más bien poco por las ciudades. Antes prefieren andar, usar el tranvía, o lo que es más frecuente, ir en bici. Ámsterdam es una ciudad muy multiétnica, y es fácil ver a personas de todas las razas y colores. Otro detalle que nos llamó la atención está en las casas, concretamente solían tener unos amplios ventanales sin cortinas, y con plantitas. Y hablando de plantitas, en Holanda abunda el verde, más que cualquier otro color, con la excepción del barrio rojo por las noches, barrio que por cierto también está lleno de personas y cosas ‘verdes’ o ‘XXX’. Las calles que bordean los canales suelen estar repletas de árboles aprovechando la humedad, que en primavera echan las primeras hojas y flores. Abundan los parques con hermosas y coloridas flores en los que la tierra está cubierta de césped. Pero el césped no es la única hierba que tienen por ahí, hay otras más aromáticas disponibles en ‘coffee shops’. Muchos barcos de los canales están repletos de flores y plantas, siendo algunos de ellos floristerías. Al lado de los barcos, los patos se dan un baño en aguas que también son verdes (yo ahí no me bañaba), y por encima de ellos, al acecho del turista y esquivando las bicicletas, las palomas revolotean. Todo ello forma una estampa de una ciudad curiosa y bonita, al menos en primavera.

En Ámsterdam pudimos visitar el Rijksmuseum, que es algo así como el Prado, todo lleno de cuadros, el museo Van Gogh, navegamos por los canales, visitamos algún ‘café’, y nos dimos una vuelta (y nada más, mal pensados) por el famoso barrio rojo, que para quien no lo sepa, es tan ‘espectacular’ y ‘peculiar’, ‘particular’ y ‘curioso’ como se dice.

Otros datos anecdóticos son: Los nativos, por lo general fueron bastante simpáticos y amables; En toda la ciudad solo pudimos ver tres pinballs, aunque mega recreativos de ‘maquinas de premio’ los había a patadas; Disfrutamos de una comida en un local llamado Sprits que estaba realmente buena, yo recuerdo especialmente mi postre, un helado de vainilla con nueces y toffe que...