![]() |
1º Día, llegada a Ávila y primeros
encuentros
Mientras el Expreso de Castilla-Leon nos acercaba a Ávila el viernes 20 de julio de 2001 iba pensando que
donde tenía yo la cabeza cuando se me ocurrió cruzar media España para ir a jugar a Pinball,
que bien había hecho diciendo a mis amigos y familiares que me iba a un congreso de coleccionistas de chapas
de cerveza, que si les llego a decir la verdad aun me hubieran mirando mas raro y que de seguro hubieran hecho
efectiva la reserva en el psiquiátrico del pueblo. Mientras miraba como Mariola observaba con odio
como mi vecino de asiento se fumaba un farias de los de antes, de 'apalmo' y mentaba a la RENFE y su deficiente
sistema de aire acondicionado, se me ocurrió pensar, con cierto pánico, en que no sabía con
que tipo de gente me iba a encontrar, que la tribu pinbalera no es precisamente de las mas conocidas y documentadas,
que de hecho no sabía ni como se visten, hablan o que tipo de música les gusta… cuando estaba visualizando
un quinceañero con chupa vaquera con incrustaciones de bolas de pinball y un display en la espalda con sus
mejores puntuaciones, con guantes con los dedos recortados y el nombre de su pinball favorito tatuado en el antebrazo,
una voz en off, sospechosamente parecida a la que se oye en el Metro de Madrid, anunció la entrada en la
estación de Ávila, hora y 40 minutos después de salir de la estación de Chamberí
de Madrid.
Verano, 3 de la tarde, 40 grados al sol, una ciudad desconocida y ni un alma por la calle, cargado con una maleta
y una ligera resaca de la noche anterior, en estos momentos, aparte de una cerveza fresquita, lo que mas se desea
es un taxi con aire acondicionado, y ahí apareció, un fantástico Mercedes blanco, aunque el
rata de taxista estaba ahorrando para las esterillas porque no quiso ponernos el fresquito. Después de ilusionarle
con una buena propina al preguntarle si sabía donde estaba el Parador, le anunciamos la triste realidad,
que íbamos a un hostal de al lado que se llamaba el "Don Diego". Y allí que nos llevo cruzando
media Ávila y metiéndonos dentro del recinto amurallado. El parador precioso, el hostal normalito,
la habitación no estaba mal, una pequeña suite con sofá, TV, baño y mini cama de matrimonio
a 42 Euros por noche sin desayuno y sin IVA. Después de dejar las maletas nos fuimos a una placita cercana
donde, por 9 Euros comimos el menú del Club de Acción Católica de Ávila (ensalada mixta,
entrecot pasable y un corte de helado). Después de una corta sobremesa, nos fuimos a cumplir como buenos
españoles y nos metimos entre pecho y espalda una fastuosa siesta, reparadora de cualquier mal conocido.
Fresquitos después de una buena ducha nos fuimos a conocer un poco la ciudad. Digna de visitarla aunque
no hubiera torneo de pinball, Ávila es una ciudad pequeña pero muy coquetona, bien cuidada y con
mas historia que todos los Estados Unidos, juntos o separados. Saliendo del recinto amurallado y con el fresquito
de la noche, buscando un sitio donde cenar, mi móvil empezó a sonar. Eran Gonzalo y su mujer,
María, que acababan de llegar de Gijón, después de unas 4 horas de viaje en coche,
así que volvimos al "Don Diego", donde también estaban alojados, para recogerlos e irnos
de cena. Esperando en la puerta del hotel apareció un individuo cuyo aspecto me resultó conocido.
Mientras rebuscaba en mi memoria, en la web del FBI de los 10 mas buscados de América, vi como echaba mano
al móvil y se disponía a realizar una llamada, cuando mis pantalones empezaron a vibrar me quedó
claro que me encontraba ante un pinbalero (y que coste que era el móvil el que vibraba). Era el mismísimo
Juaney, que me sonaba de las fotos del Dutch Open, que venía acompañado de Perimaton,
un madrileño que guarda sus pinballs en un gallinero. Después de las presentaciones y de charlar
un rato, todos nos giramos hacia la puerta del hotel, con cara de asombro, al ver aparecer a otro individuo con
un fresquito polo y en pantalones cortos. Mientras yo pensaba que debía ser un turista nórdico insensible
a la baja temperatura de la noche, se volvió a repetir la operación, mis pantalones volvieron a vibrar.
El turista nórdico resultó llamarse Gonzalo y ser asturiano, su acento lo delataba. De nuevo
mas presentaciones, que fueron breves por tener que ponernos en marcha ante la acuciante necesidad de saciar nuestro
apetito.
Calculo que tardamos unos 50 metros cuesta arriba en ponernos a hablar de pinballs. Solo cuando nos encontramos
casi fuera de las murallas nos dimos cuenta que eran las 11 pasadas y que los restaurantes empezaban a cerrar,
así que muy despistados nos pusimos a buscar un lugar para tapear algo. Una pequeñita tasca nos sirvió
unas cuantas cañas, unos callos, un poco de queso y una oportunidad de vernos mas detenidamente las caras,
ninguno llevaba tatuado ningún nombre de pinball (al menos en zonas visibles). Después de las demasiado
breves tapas y de otro bar, volvimos al hotel pasadas la una para poder descansar todos de las horas de viaje y
estar en forma para el día siguiente.